Una periodista argentino-armenia y sus reflexiones sobre el Cáucaso del sur. Entrevista a Beatriz Arslanian

por | Dic 12, 2025 | Entrevistas, Portada | 0 Comentarios

En esta ocasión entrevisté a Beatriz Arslanian, periodista argentina que vive en Armenia desde hace 10 años. Beatriz es corresponsal para varios medios de comunicación de América Latina y España y ha cubierto ampliamente el tema de derechos humanos, y crisis humanitarias en el Cáucaso del Sur. En la entrevista platicamos de la República de Armenia, la guerra de Nagorno Karabaj/Artsaj así como las perspectivas a futuro tanto de Armenia como país en una región complicada y de la diáspora armenia latinoamericana.

Pueden seguir a Beatriz en Instagram @bettyarslanian y en X (Twitter) @BettyArslanian

Beatriz en su trabajo periodístico en Nagorno Karabaj/Artsaj

Manuel Férez- Muchas gracias, Beatriz, por darme esta entrevista. Para iniciar platícanos un poco sobre tu biografía y tu carrera profesional. 

Beatriz Arslanian- Soy periodista argentina, nacida en Córdoba y establecida en Armenia desde hace diez años, donde trabajo como corresponsal para distintos medios de habla hispana. Mi carrera se ha ido orientando de forma muy marcada hacia la cobertura de conflictos, derechos humanos y crisis humanitarias, con especial foco en el Cáucaso Sur, particularmente el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, y política doméstica y exterior armenia.

Estudié la Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Córdoba, y posteriormente, hice un máster en Políticas de Género en FLACSO.

Mi trabajo combina usualmente el reporteo en terreno, entrevistas a víctimas, desplazados y actores políticos, y el análisis del impacto regional e internacional de estos conflictos. A su vez, estudio y cubro cuestiones de género vinculados al sector militar, particularmente el involucramiento de las mujeres en este sector y su rol en escenarios hostiles.

Beatriz Arslanian en Armenia

MF- Como periodista residente en Armenia has sido testigo de momentos históricos y difíciles para la nación armenia. Platícanos un poco sobre la segunda guerra de Nagorno Karabaj/Artsaj, guerra que cubriste para varios medios de comunicación pero que, desgraciadamente, no ha sido aún muy bien comprendida en América Latina. 

BA- La segunda guerra de Nagorno-Karabaj, en 2020, fue uno de los momentos más duros y determinantes que me tocó cubrir, tanto a nivel profesional como personal.

Uno de los mayores desafíos en ese momento fue justamente lograr explicar el conflicto desde cero para audiencias de habla hispana que, por una cuestión de distancia geográfica y falta de cobertura previa, muchas veces no conocían ni la historia de Nagorno Karabaj y, a menudo, ni siquiera a Armenia como país. En América Latina, el Cáucaso Sur es una región prácticamente ausente del mapa informativo, lo que obligaba a contextualizar décadas de tensiones políticas, históricas y humanas de una manera clara y accesible. Traducir un conflicto complejo, con raíces largas y múltiples actores, a un lenguaje comprensible para todo público, mientras la guerra estaba en pleno desarrollo, fue uno de los retos profesionales más grandes que me tocó enfrentar como periodista.

En general, se trató de una guerra breve (44 días) pero extremadamente intensa, con un uso masivo de drones, armamento de alta tecnología y una fuerte participación de actores externos, especialmente Turquía, que alteró por completo el equilibrio en la región.

Desde el terreno pude ver cómo el conflicto tuvo consecuencias muy concretas y se modificó el tablero de la realidad increíblemente rápido (al menos para los tiempos en los queyo consideraba que se movía la historia de los pueblos).

Las consecuencias fueron miles de muertos, decenas de miles de desplazados, ciudades y pueblos enteros destruidos y una sociedad profundamente golpeada. Uno de los grandes problemas en América Latina es que esta guerra muchas veces se explicó de forma simplificada, como un enfrentamiento territorial más, sin dar cuenta de su dimensión histórica, del derecho a la autodeterminación de la población armenia de Artsaj ni del rol decisivo que jugaron intereses geopolíticos más amplios.

Además, después del alto el fuego, la guerra no terminó realmente. Lo que siguió, tal vez, fue peor aún. Un proceso de presión constante sobre la población armenia de Nagorno Karabaj, que culminó en el bloqueo total y, más tarde, en la limpieza étnica de toda la población armenia de la región en 2023. Para quienes vivimos y trabajamos en Armenia, esto dejó en evidencia que no se trataba solo de un conflicto armado puntual, sino de una política sostenida que tuvo consecuencias humanitarias graves y, en muchos aspectos, irreversibles.

A partir de ese momento, las coberturas intentaron mostrar esa continuidad del conflicto y sus efectos reales sobre las personas, algo que muchas veces quedó fuera de la cobertura internacional. Mi objetivo fue mostrar las voces de los principales protagonistas, quienes paradójicamente eran/son quienes menos se escucha. Creo que en ese momento me di cuenta que, si pretendemos acercarnos a la verdad, si es que existe una, se encuentra detrás de las voces de quienes padecen todas esas situaciones de injusticia y hostilidad. Ahí no hay margen de error.

“Tatik-Papik” simboliza el vínculo entre el pueblo armenio de Nagorno Karabakh/Artsaj y su tierra, es uno de los muchos monumentos que están en riesgo de ser demolidos por el gobierno de Azerbaiyán. Creative Commons

MF- Una de las implicaciones de la guerra fue el desplazamiento forzado de la población armenia de Nagorno Karabaj/Artsaj. Habiendo sido testigo presencial de dicha tragedia cuéntanos un poco sobre las condiciones del desplazamiento y cómo fue la llegada de estas personas a la república de Armenia

BA- El desplazamiento forzado fue una de las consecuencias más dramáticas de este conflicto y, sin duda, una de las experiencias más duras que me tocó presenciar. En 2023, tras meses de bloqueo total y una ofensiva militar relámpago, prácticamente toda la población armenia de Artsaj se vio obligada a abandonar su hogar en cuestión de días. Familias enteras salieron con lo puesto, sin posibilidad de llevar pertenencias, dejando atrás casas, tierras, iglesias, cementerios y una vida construida durante generaciones.

Las condiciones del desplazamiento fueron extremadamente precarias. El corredor de Berdzor-Lachín, la única vía de salida, colapsó. Hubo filas interminables de autos, falta de combustible, escasez de alimentos y personas viajando durante horas, incluidos ancianos, niños y personas enfermas. Muchos llegaron a Armenia exhaustos, en estado de shock y con una profunda sensación de pérdida. A esto se sumó el trauma psicológico de haber vivido meses de aislamiento y hambre (hacía nueve meses Artsaj estaba bloqueado por Azerbaiyán), seguidos por la certeza (¿) de que no había posibilidad de regreso.

Creo que su llegada a Armenia fue una mezcla de alivio, incertidumbre y mucho dolor. Hubo una respuesta solidaria inmediata por parte de la sociedad armenia, de organizaciones humanitarias y del Estado, que se movilizaron para ofrecer alojamiento, alimentos y asistencia básica.

La historia que cuentan los desplazados tiene ejes en común entre todos. No había medios de movilidad para todos, tampoco espacio. Había mucho miedo de ser detenidos en el puesto de control azerbaiyano, que se había instalado hacía unos meses durante el bloqueo. La situación era preocupante principalmente para los hombres, quienes habían participado en la primera o la segunda guerra para defender sus tierras. De hecho, varios fueron arrestados en este puesto de control, incluyendo los líderes nacionales de Artsaj, como ex presidentes, ministros, funcionarios, y siguen cautivos en Azerbaiyán hasta el presente y sometidos a juicios ilegales.

En general, la magnitud del desplazamiento planteó desafíos enormes como la integración social, el acceso a vivienda, empleo, educación y atención psicológica. Más allá de la ayuda inicial, estas personas enfrentan hoy la difícil tarea de reconstruir sus vidas en un país que también atraviesa sus propias limitaciones económicas y políticas, mientras cargan con el duelo de haber perdido su tierra y su hogar.

Toda la población armenia de Nagorno Karabakh/Artsaj fue desplazada por la guerra. La mayoría se radicó en Armenia. Creative Commons

MF- Han pasado ya varios años de la guerra y aún no se resuelven las cuestiones fundamentales de la misma: el derecho de retorno de la población armenia de Karabaj a sus casas (lo que implicaría vivir bajo el gobierno de Bakú), las limitaciones fronterizas entre Armenia y Azerbaiyán, entre otros. Cuéntanos sobre estas dinámicas que presencias en directo

BA- Creo que la guerra formalmente finalizó, pero la paz nunca llegó. Las cuestiones de fondo siguen sin resolverse y eso es algo que, viviendo en Armenia, se percibe de manera muy concreta en la vida cotidiana y en el clima político del país. El llamado “proceso de paz” avanza sin que se garanticen los derechos fundamentales de la población armenia de Nagorno Karabaj, en particular el derecho al retorno en condiciones seguras, dignas e internacionalmente garantizadas. La idea de un regreso bajo el gobierno de Bakú, después de la limpieza étnica de 2023, sin mecanismos reales de protección ni presencia internacional efectiva, es simplemente inviable.

Además esta cuestión se obstaculiza aún más teniendo en cuenta que el propio gobierno de Armenia ha renunciado a este reclamo por considerarlo “peligroso” para el proceso de paz que intenta establecer intensamente con Azerbaiyán.

Por otro lado, las cuestiones fronterizas entre Armenia y Azerbaiyán siguen siendo una fuente constante de tensión. En varias zonas del país las fronteras no están claramente delimitadas, hay presencia militar directa y hay comunidades viviendo en una situación de inseguridad permanente, aunque en este momento (o al menos los últimos meses) se trata de un conflicto “congelado” dese el punto de vista armamentístico, aunque con presiones políticas y diplomáticas constantes.

Creo que, queda claro que mientras no se aborden estas cuestiones desde un enfoque de derechos y con garantías internacionales reales, el conflicto seguirá presente, aunque no siempre ocupe los titulares.

Nikol Pashinyan, el cuestionado primer ministro de Armenia. Creative Commons

MF- Nikol Pashinyan, primer ministro de Armenia, llegó al poder en 2018 con muchas expectativas de la sociedad. ¿Cómo sientes la realidad política en Armenia a la luz no sólo de la guerra sino de la presión de Bakú y Ankara así como del acercamiento de países europeos como Francia a Armenia?

BA- La llegada de Nikol Pashinyan al poder en 2018 generó enormes expectativas en la sociedad armenia, sobre todo por la promesa de reformas democráticas, lucha contra la corrupción y un quiebre con las viejas élites políticas. Sin embargo, los años posteriores, marcados por la guerra de 2020 y sus consecuencias, transformaron profundamente esa relación entre el gobierno y la sociedad. Hoy la realidad política en Armenia está atravesada por una fuerte sensación de desgaste, polarización y desconfianza, incluso entre sectores que en su momento apoyaron con entusiasmo el cambio político.

Hay varios puntos con este gobierno que me general bastante curiosidad y aún intento desglosar para poder entenderlo dentro de un mapa integral de la situación. Un elemento que genera fuertes tensiones internas es que el gobierno de Pashinyan impulsa una revisión profunda de aspectos identitarios y simbólicos centrales para la sociedad armenia. Conceptos como el de la “Armenia real”, que, según lo que percibo, propone abandonar reclamos históricos y territoriales frente a Turquía, Azerbaiyán o incluso Georgia, son vistos por varios sectores (tal vez, más nacionalistas y conservadores) como una renuncia política y cultural. A esto se suman cambios en los programas escolares vinculados a la historia armenia y gestos simbólicos muy sensibles, como el intento de relegar la imagen del monte Ararat, emblema identitario por excelencia del pueblo armenio, de espacios oficiales (recientemente fue removido de los sellos de entrada y salida del país). Para amplios sectores de la sociedad, estas medidas no son solo decisiones políticas, sino ataques directos a la memoria, la identidad y los pilares culturales sobre los que se construyó el Estado armenio moderno.

A esto se suma una presión constante y multidimensional por parte de Azerbaiyán y Turquía, que no es solo militar, sino también diplomática, económica y simbólica. Desde Armenia se percibe que muchas de las concesiones exigidas en nombre de la “paz” no vienen acompañadas de garantías reales de seguridad ni de respeto por los derechos de la población armenia, lo que genera un clima de vulnerabilidad e incertidumbre. En este contexto, el gobierno se mueve en un margen muy estrecho, tratando de evitar una escalada, pero enfrentando críticas internas por la falta de resultados concretos y por la sensación de haber cedido demasiado.

En paralelo, el acercamiento de países europeos como Francia tuvo un fuerte valor político y simbólico para Armenia, sobre todo en términos de visibilidad internacional y apoyo diplomático. Sin embargo, en el terreno existe una percepción clara de que ese respaldo, si no se traduce en mecanismos concretos de presión o garantías de seguridad, no es muy útil. La lectura que puedo hacer es que Armenia se encuentra hoy en una encrucijada geopolítica compleja, una situación que no es ajena a muchas regiones del mundo. Desde su independencia de la URSS en 1991, Rusia ha sido su principal aliado en materia de seguridad, economía y política exterior, pero en los últimos años ese vínculo se ha visto tensionado, especialmente a partir de la guerra y de la percepción de un apoyo insuficiente en momentos críticos. En este contexto, el actual gobierno impulsa un giro progresivo hacia Occidente, buscando profundizar los lazos con la Unión Europea y Estados Unidos, y promoviendo un discurso centrado en valores como la democracia, el Estado de derecho y las reformas institucionales. Este reposicionamiento, sin embargo, no está exento de riesgos ni de resistencias internas, ya que se desarrolla en un escenario regional muy sensible, donde cualquier reconfiguración de alianzas tiene consecuencias directas sobre la seguridad y el futuro del país.

La diáspora armenia está presente en varios países del mundo y es muy activa en relación a sus homelands históricos. Creative Commons

MF- Un tema siempre interesante al abordar temas relacionados a Armenia es el de la relación diáspora-homeland. Cuéntanos sobre cómo la diáspora armenia se ha involucrado y vinculado a Armenia en estos años posteriores a la guerra. 

BA- Según cómo lo percibo, la relación entre la diáspora armenia y Armenia se volvió más intensa pero también más compleja en los años posteriores a la guerra. Frente a la crisis, la diáspora reaccionó de manera inmediata con campañas de ayuda humanitaria, recaudación de fondos, envío de insumos, apoyo a los desplazados de Nagorno Karabaj y hubo una fuerte movilización política y mediática en distintos países. Puedo decir que muchas comunidades asumieron un rol activo para visibilizar el conflicto, denunciar violaciones a los derechos humanos y presionar a gobiernos e instituciones internacionales.

Al mismo tiempo, la guerra y sus consecuencias también profundizaron debates y tensiones en la relación diáspora-Armenia. Desde Armenia, a veces se percibe una distancia entre las expectativas de la diáspora y las realidades políticas, económicas y de seguridad que se viven en el país. Y desde la diáspora, existe en muchos casos una sensación de frustración o desconcierto frente a decisiones políticas tomadas en Ereván.

Aun así, lo que se observa en el terreno es que la diáspora sigue siendo un actor clave. La guerra marcó un antes y un después, y reforzó la idea de que el vínculo entre la diáspora y Armenia ya no puede pensarse solo en términos simbólicos, sino como una relación viva, dinámica y, muchas veces, atravesada por debates difíciles pero necesarios.

Centro Armenio de Buenos Aires, Argentina, país que cuenta con una comunidad armenia importante. Creative Commons

MF- Relacionada a la pregunta anterior, en algunos países latinoamericanos hay presencia armenia importante, pienso por supuesto en Argentina, tu país, pero también en México, Chile, Colombia. Cuáles son tus reflexiones sobre la diáspora armenia latinoamericana y cuéntanos si existen comunidades y/o personas latinoamericanas residentes en Armenia. 

BA- La diáspora armenia en América Latina tiene características muy particulares. En países como Argentina, Uruguay, Brasil y Chile, las comunidades armenias lograron una integración muy profunda en las sociedades locales, manteniendo al mismo tiempo una fuerte conciencia identitaria, cultural e histórica.

La diáspora ha cumplido un rol clave en la difusión de información en español, en la organización de actos públicos, campañas y en el diálogo con espacios políticos y sociales de la región. Al mismo tiempo, existe una mirada crítica y reflexiva, muchas veces atravesada por la propia experiencia latinoamericana de dictaduras, exilios y luchas por la memoria, que enriquece el debate.

En cuanto a la presencia latinoamericana en Armenia, en los últimos años se observa una comunidad pequeña pero activa de personas provenientes de distintos países de la región, incluidos argentinos, uruguayos, brasileros y chilenos. Aunque numéricamente es limitada, cumple un rol interesante como puente cultural, aportando miradas externas, experiencias diferentes, que suele ser muy enriquecedor para ambas partes.

Beatriz realiza una labor importante al cubrir los temas del Cáucaso del sur para la audiencia hispanohablante

MF- El Cáucaso del sur pasa por un periodo de ajustes muy fuerte, no sólo Armenia, también Georgia siente la presión interna y las protestas sociales contra el gobierno de Georgia Dream son intensas. ¿Por qué crees que hay aún poca atención en América Latina sobre el Cáucaso del sur?

BA- Creo que la escasa atención que recibe el Cáucaso Sur en América Latina responde a una combinación de factores. En primer lugar, se trata de una región geográficamente lejana y poco presente en la agenda de los medios latinoamericanos, que suelen priorizar agendas locales, regionales o los grandes centros de poder global. A eso se suma la complejidad política e histórica del Cáucaso, que muchas veces es percibida como difícil de explicar en formatos breves y sin un trabajo previo de contextualización.

También influye la falta de corresponsales permanentes y de vínculos históricos directos entre América Latina y esta región, lo que hace que las noticias lleguen de manera fragmentada, generalmente solo cuando estalla una guerra o una crisis mayor. En el caso de Georgia, por ejemplo, las protestas sociales y las tensiones internas se leen muchas veces únicamente en clave de disputa geopolítica entre Rusia y Occidente, sin profundizar en sus causas sociales, políticas y culturales.

Finalmente, creo que hay una cuestión de agenda y de recursos. Cubrir el Cáucaso Sur requiere tiempo, conocimiento local y presencia en el terreno, algo que hoy muchos medios no pueden o no están dispuestos a hacer. Sin embargo, es una región clave para entender dinámicas globales actuales, como la seguridad energética hasta conflictos no resueltos y ese es uno de los grandes desafíos pendientes para el periodismo latinoamericano.