Palestina democrática: entre el deseo y la realidad

por | Oct 14, 2025 | Blog, Ensayos, Israel, Portada | 0 Comentarios

Manuel Férez. Doctor en sociología Universidad Alberto Hurtado. Profesor Medio Oriente y Cáucaso

Publicado originalmente en Letras Libres https://letraslibres.com/politica/ferez-palestina-democratica-entre-el-deseo-y-la-realidad/ el 8 de octubre de 2025

No hay nada más deseable que una Palestina libre y democrática, junto a un Israel igualmente democrático (y, del mismo modo, un Kurdistán libre e independiente, aunque pocos políticos se atrevan siquiera a mencionarlo). Pero, si queremos ayudar a lograr ese loable objetivo, es indispensable hacer una crítica a aquellos políticos que en el atril de la ONU hablan de valores democráticos pero toleran y se llenan los bolsillos de dinero proveniente de países no democráticos.

Durante su intervención telemática en la Asamblea General de la ONU el pasado 25 de septiembre, Mahmud Abbas, presidente palestino, habló de crear un comité especializado para elaborar una Constitución y expresó su deseo de que Palestina sea “un Estado democrático moderno” que “empodere a la mujer y a la juventud”. Teniendo en cuenta el grave déficit democrático que existe en Medio Oriente, los desafíos a los que se enfrentaría un futuro Estado palestino serán enormes.

Conformado por repúblicas presuntamente seculares y monarquías, en el Medio Oriente moderno se detectan importantes retrasos en materia de democratización, derechos humanos y libertades civiles, y una tendencia a consolidar regímenes represores y excluyentes. Todos estos aspectos deben tenerse en cuenta para construir a futuro un Estado palestino viable y democrático.

El déficit democrático del Medio Oriente

La gran mayoría de la población de Medio Oriente ha vivido y aún vive bajo regímenes autoritarios, tanto en las versiones republicanas y nominalmente seculares como en las monarquías árabes y la teocracia iraní.

Freedom House, fundada en 1941, ha publicado informes sobre el estado de la libertad en el mundo partir de 1973. Según sus datos, desde tal fecha solo dos países del Medio Oriente, Israel y Líbano han logrado ser clasificados como “libres”. Actualmente, Israel, a pesar de que experimenta un retroceso en materia de libertades y democracia de la mano del gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu, es el único en lograr la calificación de país libre en la región, mientras que Líbano y Kuwait se ubican en la categoría de “parcialmente libres”. El resto es ubicado en la categoría “no libres”.

Hay que destacar que, de acuerdo con los mismos reportes de Freedom House, el ataque terrorista de Hamás del 7 de octubre de 2023 y la consiguiente campaña militar israelí en Gaza, que ha provocado un sufrimiento y destrucción de enormes proporciones, han contribuido al declive democrático tanto de Israel como de Gaza.

Un dato concreto y preocupante es que más del 90% % de la población de Oriente Medio vive en países no libres, donde la violencia, el exilio forzado y el encarcelamiento son la respuesta gubernamental a la exigencia de libertad de expresión y asociación, derechos esenciales para todo país que se precie de ser democrático.

A esta represión gubernamental se enfrentan las sociedades civiles de la región. El movimiento verde en Irán, las llamadas Primaveras árabes, las protestas del Parque Gezi en Turquía y las constantes protestas kurdas en Siria, Irak, Turquía e Irán, han demostrado, desde al menos el año 2009, a todo aquel que esté dispuesto a verlos y oírlos, que el anhelo de libertad, justicia y democracia existe de manera persistente, especialmente entre los jóvenes y las mujeres.

Represión y resistencia

Es una triste paradoja escuchar a líderes como Donald Trump, Emmanuel Macron, Giorgia Meloni y Pedro Sánchez (por mencionar solo algunos ejemplos) hablar de libertades, justicia, estado de derecho y democracia, y al mismo tiempo verlos aplaudiendo, abrazando y sonriendo a líderes autoritarios y represores de Medio Oriente. Estas imágenes, ya normalizadas, suponen una afrenta para los ciudadanos de países como Turquía, Catar, Irán, Arabia Saudí, Egipto, Siria y Líbano, que sufren cotidianamente la represión y la violencia de sus regímenes.

En Catar se explota a trabajadores extranjeros mediante el nefasto sistema kafala, al tiempo que se restringen severamente los derechos de las mujeres y se criminaliza la homosexualidad. En Irán y Arabia Saudí, cada año se ejecuta a cientos de personas, principalmente a mujeres y a personas de las minorías del país. En Turquía, el régimen de Erdogan encarcela a la oposición política y reprime con dureza toda disidencia, del mismo modo que en la dictadura azerbaiyana. Frente a estas realidades, Bruselas y Washington optan por el silencio y la complicidad.

En la misma Asamblea General de la ONU en la que Abbas hablaba de una futura Palestina democrática y con estado de derecho, se paseaba alegremente Ahmad Al-Sharaa, el yihadista reconvertido en político e instalado en el poder en Damasco. Mientras Macron, Trump y Meloni posaban sonrientes con Al-Sharaa, en las calles sirias, la represión y violencia gubernamental contra las minorías alauita, drusa y kurda continuaba de la mano de las milicias islamistas leales a Al-Sharaa.

En un momento en que se habla de que es hora de que la ONU sea presidida por una mujer y se barajan nombres como los de la chilena Michelle Bachelet y la mexicana Alicia Bárcenas, los líderes mundiales “olvidaron” condenar en sus sentidos discursos el apartheid de género que sufren (en diferente grado) las mujeres iraníes, sauditas, cataríes, turcas, afganas, palestinas, libanesas y sirias.

Mientras se hablaba desde el podio en Nueva York de multiculturalismo y respeto a las minorías étnicas, nacionales y religiosas, por todo Medio Oriente la persecución y exclusión de yazidies, kurdos, alawitas, drusos, alevies, hazaras, bahais, ahwaz, baluches, coptos, nestorianos, armenios, griegos, saharauis es constante, cotidiana y brutal, lo que muestra la gran incongruencia entre el discurso y la acción de nuestros líderes actuales.

Demócratas sin democracia

Lejos queda ya la década de los 90s del siglo XX, cuando la Unión Europea se embarcó en muchos proyectos de fortalecimiento de las sociedades civiles de Medio Oriente. A lo largo de esa década en Turquía, Israel, Palestina, Líbano y otros países de la región aparecieron iniciativas destinadas a la mejora de la educación de las mujeres y los niños, la transparencia gubernamental, democracia y rendición de cuentas o combate a la corrupción, y se financiaron proyectos de educación sexual, de inclusión y tolerancia a las diferencias étnicas y religiosas.

Fue en esa época cuando en Israel y Palestina surgieron ONG y asociaciones civiles que no solo cuestionaron a sus gobiernos, sino que también prepararon el terreno para iniciativas de paz como los Acuerdos de Oslo. En el caso palestino, por primera vez en su historia, se crearon las condiciones para que hombres y mujeres comunes pudieran hacerse escuchar en el ámbito internacional, más allá del control de sus líderes políticos.

Los levantamientos sociales mencionados anteriormente no pueden entenderse en toda su profundidad sin considerar lo sucedido en esa década en que se potenció la agencia ciudadana en varios países de la región. Sin embargo, frente a esas demandas de justicia, los regímenes respondieron no con apertura ni reformas, sino con una represión cada vez más sofisticada, perfeccionando los mecanismos de chantaje y corrupción hacia un Occidente que bajó la guardia, renunció a su impulso democratizador y terminó pactando con las dictaduras de la zona.

Una de las varias paradojas del Medio Oriente moderno es que hay muchos ciudadanos demócratas en los países que componen la región que están atrapados por estructuras represoras y, en muchos casos, yihadistas. El auge del islamismo es el gran mal de nuestra época, y ha sido facilitado por una Europa y Estados Unidos corrompidos por Doha, Riad, Teherán y Ankara, que acabaron entregando a dichos ciudadanos a las fauces de sus verdugos.

No hay nada más deseable que una Palestina libre y democrática, junto a un Israel igualmente democrático (y, del mismo modo, un Kurdistán libre e independiente, aunque pocos políticos se atrevan siquiera a mencionarlo). Pero, si queremos ayudar a lograr ese loable objetivo, es indispensable hacer una crítica a aquellos políticos que en el atril de la ONU hablan de valores democráticos pero toleran y se llenan los bolsillos de dinero proveniente de países no democráticos.

Las palabras de Mahmud Abbas expresan un horizonte legítimo y deseable. Sin embargo, situadas en el contexto del déficit democrático regional y de la incoherencia de muchos líderes internacionales, corren el riesgo de quedarse en mera retórica. La construcción de la democracia no depende de declaraciones solemnes en foros globales, sino del apoyo real, concreto y continuo a las sociedades civiles que, desde abajo y con enorme costo personal y gran valentía, siguen luchando por libertad y justicia en Palestina, Israel y en todo Medio Oriente. ~